Guyana’s Oil Boom: Opportunities and Challenges EN|ES
On the north-east coast of South America lies The Guianas, a region comprising the countries of Guyana, French Guiana and Suriname. The Guianas are distinct from the rest of Latin America, given that they do not have a history of Spanish or Portuguese colonisation. Guyana, a former British colony, is the only English-speaking nation in South America. It is also the continent’s second poorest nation, with 40% of its population living under the poverty line. Although Guyana is rich in resources such as gold, timber, and bauxite, it has struggled for decades to boost its economy and lift its population out of poverty. It is, therefore, no surprise why the sudden discovery of oil off the country’s coast in 2015 was deemed an economic saviour.
Although oil exploration in Guyana dates back to the 1940s, efforts only increased in 2008 when oil companies invested in their own missions. In May 2015, oil giant ExxonMobil discovered 700 million barrels-worth of oil off Guyana’s coast, amounting to 40 billion USD. Just over a year later, they signed a 325 billion USD deal with the Guyanese government. The revenue from this deal was viewed as potentially life changing for the country: the International Monetary Fund predicts Guyana’s GDP will almost triple by 2025. While the total economic windfall is still unknown, estimates are well above nine billion barrels-worth. That being said, it is not the oil wealth itself that will decide Guyana’s fate, but rather what the government does with that money.
While Guyana’s newfound riches may seem like a sure road out of poverty, the reality is more complicated. Guyana risks succumbing to an economically destabilising ‘resource curse’, or ‘Dutch disease’, whereby a resource-rich country attracts large amounts of foreign investment, causing appreciation of the currency and boosting its imports. As a result, capital is pulled away from other sectors, which reduces export competitiveness and promotes an unhealthy reliance on natural resources. Consequently, the country becomes extremely vulnerable to global energy prices. We only have to look next door to oil-dependent Venezuela where, in 2016, oil prices plunged to $30 per barrel, down from $100 in 2014. This sent Venezuela into a political and economic downward spiral, with the effects still felt today.
In addition to the risk of Dutch disease, oil wealth reduces the government’s need for taxes, meaning they often adopt a “no taxation, no representation” style of governance. Although this approach may fund social services and create a burgeoning middle class, it also erodes democracy and increases corruption. This is apparent in many of the oil-rich rentier Gulf states, where voters are “bought” rather than won. In the case of Guyana, its democratic institutions are already at risk, with the country scoring a mere 41/100 on Transparency International’s Corruption Perception Index. That is not to say that resource wealth, especially in developing countries, cannot be managed: Botswana is the world’s largest producer of diamonds, however, it remains the 34th least corrupt country in the world. The sub-Saharan state has also maintained a diversified economy by encouraging business growth and regional investment. Challenges undoubtedly lie ahead for Guyana, but it is not impossible to successfully manage its newfound riches.
However, economic risk is not the only obstacle Guyana faces. The impact of the oil and gas industry on the environment is indisputable, and it should come as no surprise that many Guyanese are vehemently against the oil developments. Earlier this year, an Indigenous tour guide and university lecturer took the Guyanese government to court over the offshore drilling by ExxonMobil. Their stance is that the government is violating its legal duty to protect the right of future generations to a healthy environment. Their lawyer argues that Guyana is particularly susceptible to climate change because its capital lies below sea level, and fishing supports the livelihood of many of its citizens.
This is not the first case against the oil developments in Guyana. In 2019, a crowdfunded case claimed that the government-issued oil licenses were illegal. That case was not successful, however a secondary case was. As a result, ExxonMobil’s license will now expire at the end of 2021 instead of 2040, meaning they will have to reapply. In response to continuing criticism, Guyana’s Vice President argues that it can still produce oil while advocating for a net-zero carbon economy. He cites the fact that Guyana's dense forests make the country a carbon sink, meaning it sequesters more carbon that it produces. However, the government has not indicated any plans to at least invest in carbon capture and storage technologies or renewable energy, which brings into question their true commitment to sustainability. The outcome of the most recent lawsuit is unknown, but with climate change on everyone’s minds, Guyana and ExxonMobil will undoubtedly face continuing opposition.
Only time will tell whether oil will be a saviour or a curse for Guyana. The country is currently being tested on how to manage the destabilising effects of its resource wealth, where so many other countries have failed, and at a time when the world is turning away from fossil fuels. While a lot remains uncertain, one thing is clear: Guyana faces some major challenges in the coming years.
En la costa noreste de América del Sur están las Guayanas, una región que consta de los países de Guyana, Guyana Francesa y Surinam. Las Guayanas son distintas del resto de Latinoamérica porque no tienen una historia de colonización española o portuguesa. Guyana, una colonia antigua del Reino Unido, es el único país angloparlante en América del Sur. Además, es el segundo país más pobre del continente, con 40% de la población viviendo por debajo de la línea de pobreza. Aunque Guyana es rico en recursos como el oro, la madera y la bauxita, por décadas ha costado mucho estimular la economía y sacar a la población de la pobreza. Por eso, no es sorprendente que el descubrimiento repentino de petróleo cerca de la costa del país en 2015 haya sido considerado un salvador económico.
Aunque la exploración de petróleo en Guyana data de los 1940s, los esfuerzos aumentaron sólo en 2008 cuando las petroleras invirtieron en sus propias misiones. En mayo de 2015, la gigante petrolera, ExxonMobil, descubrió 700 millones de barriles de petróleo cerca de la costa de Guyana, que equivale a 40 mil millones dólares estadounidenses. Poco más de un año después, firmó un acuerdo de 325 mil millones dólares estadounidenses con el gobierno guyanés. Se consideraron los ingresos de este acuerdo como dinero que potencialmente cambiaría la vida de los guyaneses: el fondo monetario internacional predice que el PIB de Guyana se triplicará para 2025. Aunque el dinero caído del cielo todavía es desconocido, se estiman más de nueve mil millones de barriles. Dicho esto, no es la riqueza petrolera lo que definirá el destino de Guyana, sino lo que hará el gobierno con ese dinero.
La recién descubierta riqueza de Guyana quizás parece como un camino fuera de la pobreza, pero la realidad es mucho más complicada. Guyana arriesga sucumbirse a una cruz de los recursos desestabilizadora, o ‘enfermedad holandesa’, en la que un país rico en recursos atrae mucha inversión extranjera que provoca la apreciación de la moneda y estimula las importaciones. Como resultado, se aparta capital de otros sectores, lo que reduce la competitividad de las exportaciones y promueve una dependencia poco saludable de los recursos naturales. Basta con ver el caso de Venezuela, que depende fuertemente del petróleo y donde, en 2016, los precios de petróleo sumieron a 30 dólares australianos, debajo de 100 dólares en 2014. Esto llevó a Venezuela cuesta abajo no sólo políticamente, sino también económicamente, y los efectos se sienten aún hoy.
Además del riesgo de la “enfermedad holandesa”, la riqueza del petróleo reduce la necesidad de los impuestos. En estos casos, los gobiernos suelen emplear un modelo de gobernanza de “no hay impuestos, no hay representación”. Aunque este enfoque financia los servicios sociales y crea una clase media floreciente, genera una merma también la democracia y promueve la corrupción. Esto se puede ver en muchos de los países rentistas del Golfo que son ricos en petróleo y donde se “compran” los votantes en vez de ganarlos. En el caso de Guyana, sus instituciones democráticas ya están en peligro – el país anota un mero de 41/100 en el Índice de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional. Eso no quiere decir que no se pueda manejar la riqueza petrolera, incluso en los países en desarrollo: Botsuana es el productor de los diamantes más grande del mundo y sin embargo, se encuentra en el puesto 34 de los países menos corruptos del mundo. Esta nación subsahariana también ha mantenido una economía diversa para fomentar el desarrollo del comercio y la inversión regional. Habrá indudablemente desafíos para Guyana en el futuro, pero está claro que no es imposible manejar su nueva riqueza con éxito.
Sin embargo, el riesgo económico no es el único obstáculo que enfrenta Guyana. El impacto de la industria de petróleo y gas al medioambiente es irrefutable, y no debería sorprender a nadie que muchos guayaneses estén en contra de los desarrollos petroleros. A principios de este año, un guía turístico indígena y un profesor de universidad llevaron al gobierno guyanés ante el tribunal por la perforación submarina por ExxonMobil. Su postura es que el gobierno está violando su deber legal de proteger el derecho a un medioambiente saludable para las generaciones futuras. Su abogado sostiene que Guyana es particularmente susceptible a los efectos del cambio climático porque la capital está por debajo del nivel del mar, y la pesca mantiene los sustentos de muchos de sus ciudadanos.
Este no es el primero caso contra el petróleo en Guyana. En 2019, un caso “crowdfunding” afirmó que las licencias petroleras del gobierno eran ilegales. Este caso no tuvo éxito, pero un segundo sí. Como resultado, la licencia de ExxonMobil expirará al final de 2021, en vez de 2040, lo que significa que tendrá que aplicar de nuevo. En respuesta a la crítica continuada, el vicepresidente de Guyana sostiene que el país todavía puede producir el petróleo mientras aboga por una economía carbono neutral. Cita el hecho de que los bosques densos de Guyana crean un sumidero de carbono, lo que significa que Guyana secuestra más carbono del que produce. No obstante, el gobierno no ha indicado ningunos planes de, como mínimo, invertir en la captura y almacenamiento de carbono o en energías renovables, lo que pone en tela su compromiso con la sustentabilidad. El resultado de la demanda más reciente todavía es desconocido, pero con el cambio climático en las mentes de todos, Guyana y ExxonMobil definitivamente afrontarán oposición en el futuro.
Solo el tiempo dirá si el petróleo será un salvador o una cruz para Guyana. Actualmente se pone a prueba la capacidad del país para manejar los efectos desestabilizadores de su riqueza, donde tantos han fallado, y en un momento donde el mundo parece abandonar progresivamente los combustibles fósiles. Aunque muchas cosas parecen inciertas, una cosa está clara: Guyana hará frente a muchos desafíos en los próximos años.
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